En El Circo Mas Grande del Mundo

Todas las tardes se escuchaba gritar por las calles del pueblo al anunciador del circo que decía: ¡Vengan damas y caballeros, niñas y niños! Pasen a presenciar la función que tenemos prepara para ustedes, con los equilibristas, los malabaristas, los payasos que los matarán de la risa y la maravilla de este circo. ¡El más grande y adorable, el fantástico, el único!… ¡Fufú el elefante maravilla! Y así, todos los días en el pueblo, luego de hacer sus tareas los niños corrían al circo a divertirse y regresaban a sus casas con una gran sonrisa dibujada en sus labios.
Con el pasar del tiempo los niños y también los grandes fueron perdiendo el interés por ir a las funciones, los integrantes del circo estaban muy abatidos pues estaban a punto de perder sus trabajos y en el pueblo entero se respiraba un aire de tristeza. Todo por una simple razón, Fufú el Elefante Maravilla no hacía caso a las instrucciones de su entrenador, parecía que estaba sordo o desinteresado en el espectáculo y mientras todos se preguntaban: ¿qué será lo que tiene Fufú?, ¿Será que le duele algo?, ¿se siente mal? El entrenador perdía su tiempo diciéndole: ¡Fufú…mueve la pata!.... pero no pasaba nada, ¡Fufú saluda con las dos orejas! Y fufú no lo hacía. Como ninguna de las órdenes las cumplía el señor Manuel, el dueño del circo estaba decidido a cancelar todos los espectáculos y despedir a sus empleados.
Sarita, una niña del pueblo que asistía a todas las funciones del circo pidió al señor Manuel que le regalara al elefante para cuidarlo, como ya no había nada que hacer él acepto con mucha tristeza. La niña llevo a su casa a Fufú y lo consentía muchísimo pues era su admiradora desde chiquita, le cepillaba los dientes antes de dormir, le rascaba detrás de sus grandes orejas y lo bañaba en la ducha de su cuarto, una mañana mientras restregaba con jabón su trompa, se dio cuenta de algo que tal vez era la causa de la sordera de Fufú. Miró dentro de su oído y se dio cuenta que dentro de él había mucho sucio, con un hisopo lo limpió completamente y en cuestión de segundos hizo una prueba diciéndole: ¡Fufú, levanta la pata derecha! Y de inmediato el elefante la levantó y cumplió todas las órdenes que la niña le daba. Corrió a darle la noticia al señor Manuel quien brinco de alegría y de inmediato comenzaron a preparar el nuevo espectáculo.
De allí en adelante el pueblo nuevamente se vistió de alegría, el señor Manuel aprendió que había que limpiarle los oídos a sus animales y todas las tardes se escuchaba gritar por las calles del pueblo al anunciador que decía: Sean todos bienvenidos… ¡Al circo más grande del mundo!



Autor: Wilmer Romero




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